sábado, 2 de junio de 2007

Dibujos al banquillo




La acusación en Polonia contra los Teletubbies por su influencia homosexual reflotó otras persecuciones absurdas contra seres animados de la pantalla chica.
Los polacos fueron noticia dos veces esta semana. Primero porque Ewa Sowinska, defensora de los Derechos del Niño, planteó la necesidad de investigar si uno de los Teletubbies era homosexual, motivada porque el personaje usa una cartera de mujer, cuando es varón. Pero parece que no todos los polacos padecen de la misma absurda homofobia y delirios detectivescos (¿qué iban a hacer, un prontuario del pasado del cartoon, una orden de allanamiento de su placard de “trasvestido”?). Porque la segunda noticia de la semana, según una encuesta del diario Gazeta Wyborcza, es que el 82 por ciento de los encuestados cree que ese fue uno de los sucesos más ridículo del año. Pero no es la primera vez que los cuatro engendros flúo son acusados por alguna organización (en 1999 fueron boicoteados por la America’s Moral Majority), ni son las únicas víctimas animadas mandadas al banquillo por ambigüedad, maldad, promiscuidad o, directamente, haber vendido su alma al diablo. Más allá de Los Simpson, Southpark o Padre de familia, que se bancaron acusaciones y censuras de todo tipo aun cuando son para adultos, las más tiernas criaturas de color, héroes de los más chicos, siempre fueron blanco de acusaciones. De los grandes, claro. Malas influencias. Los Pitufos (se ven actualmente por Canal 9) fueron objeto de todo tipo de burlas. Es que nadie entendía cómo llegaban al mundo, con una sola Pitufina (encima bastante histérica), un Papá Pitufo ya fuera de la edad reproductiva y un bebé que nadie sabía de dónde había salido. Fueron acusados de gays, enanos diabólicos y no faltó quien tuviera la suficiente cantidad de tiempo libre para pasar al revés sus discos y descubrir que adoraban a Satán cuando cantaban Lalalaralalá. Todo un criptograma. Se llegó a decir que representaban los siete pecados capitales, aunque nadie aclaró cuál era el pecado, por ejemplo, del Pitufo Regalón. El temor a que los niños absorban influencias de la pantalla con la misma rapidez con la que toman una chocolatada se remonta más atrás. El Coyote y el Correcaminos fueron acusados de promover la violencia y el vandalismo. No faltaron semiólogos improvisados que leyeron en los disfraces de Bugs Bunny una promoción del travestismo. La desconfianza llegó a las puertas de Disney. La amiga de Peter Pan, Campanita, fue acusada de provocar lujuria, y más se dijo después de que circulara la leyenda de que estaba inspirada en Marilyn Monroe. Gays de tinta. Pero en los últimos años, el dedo acusador va hacia cualquier signo de ambigüedad sexual. Tanto que a nadie extrañaría que las víctimas de estos cuestionamientos cobren la vida que parecen otorgarles sus detractores y organicen la Marcha del Orgullo Gay Animado. El caso más renombrado en los últimos años fue el de Bob Esponja . James C. Dobson, fundador de Focus on the Family, una agrupación cristiana y conservadora, plantó ante miembros del congreso que la esponja amarilla era un video pro-homosexual. “Al igual que otros colegas televisivos, como Barney y Jimmy Neutron”, añadió, escandalizado. La ola conservadora fue tras otras víctimas, respaldada por funcionarios como Margaret Spellings, secretaria de Educación de Bush. Y si bien también se hicieron escuchar las acusaciones contra la incitación a la violencia del animé o los delirios satánicos de Pokemón, la peor preocupación parece ser la sexual. Así, engrosan la lista el Oso Yogi y Bubu, Bananas en pijamas, Charly Brown, de Snoopy y ¡hasta el inocente Winnie Pooh! Con este criterio, habría que haber condenado a los mismos hermanos Grimm por sus príncipes azules y metrosexuales, su promiscua Blancanieves y sus siete concubinos o su fetichista Cenicienta.





http://www.lavoz.com.ar/anexos/imagen/07/30901.JPG
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